CARTA A WINNICOTT
Por Marco Antonio de la Parra
[Publicado originalmente el martes 31 de agosto en The Clinic]
Donald Winnicott fue un respetado pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés. Acaba de llegar a librerías el primer volumen de sus Obras Completas (Pólvora Editorial). Para la presentación de este libro, Marco Antonio De la Parra escribió un texto lleno de admiración y recuerdos, que aquí reproducimos.
Estimado profesor:
Seré breve y poco académico. No lo he sido nunca, ni breve ni académico. Esta oportunidad amerita tal vez el esfuerzo. Por lo menos de ser breve. Usted sabe lo difícil que es hablar con los muertos. Sobre todo con aquellos que han hecho que el mundo pese más.
No tengo la fecha muy exacta de cuando entré en contacto con su trabajo. No fue ordenada mi formación y desordenada también fue mi lectura de su obra. Creo que empecé por REALIDAD Y JUEGO. No fue en medio de la formación analítica, sino buscando leer y comprender la creatividad humana. Venía de dirimir mi carrera entre la psiquiatría y la dramaturgia (de eso no hablaré, olvídelo, es un lío) y el psicoanálisis y el que sería el puente donde juntar varias aguas se iba gestando a fuego lento en mi constitución intelectual.
Le debo mucho a esa lectura, le debemos, ya lo saben todos, el espacio transicional, el objeto transicional, el rol de la madre, el juego como territorio y creación. Fue su último libro, fue el primero que leí. Después vendría el largo camino del análisis personal, la supervisión donde leí a Bion, Green, Meltzer, Betty Joseph, Joyce Mc Dougall y a usted, profesor Winnicott, y por supuesto los grupos de estudio y seminarios donde Freud fue recitado, Melanie Klein desmontada, Lacan mal digerido, usted sabe, todo lo que se espera que uno sepa y conozca para cuidar de otros, para desarrollar la escucha psicoanalítica, para crear ese espacio transferencial materno en nuestra disposición hacia el paciente.
En sus trabajos clínicos que esta publicación ordena me encontré con señales de mi más antigua vocación. Usted juntó padre, profesor y médico, madre también, todos los que se hacen cargo del dolor de un niño o una niña. Fue pediatra y médico de guerra y hay que agradecerlo ya que supo pensar el acto médico desde y hacia el análisis, dando un giro de enorme alcance rompiendo con todo aire de secta o jerga oscura.
Le digo y ríase si quiere, que me recordaba a mi padre. Dermatólogo que transmitía su profesión como una conversación permanente con el enfermo, siempre había que saber más y preguntar mucho más que el grano o la pápula o el eccema. En su cátedra de Dermatología en el Hospital de la Universidad de Chile creó una consulta que llamo PSICODERMATOLOGÍA. Sus letras lucían rotundas en un letrero de acrílico o de madera, la memoria no me llega tan lejos. Como usted sabe, siempre alucinamos.
Usted moría por esos años, yo entraba a estudiar Medicina. No sé cómo se produjo el diálogo con mi padre para que yo ocupara ese puesto a poco andar de la carrera. Junto a psiquiatras que partieron al exilio: usted no alcanzó a enterarse, pero tal como en algunas notas recogidas en este primer volumen de sus obras completas muestra la proyección del mal en otros en la Alemania del Tercer Reich, nosotros vivimos la persecución y la exoneración y pude sobrevivir a aquello algunos años seguramente porque la militancia socialista de mi padre era menos activa y yo figuraba en un rol más borroso impidiendo que ese consultorio de psicodermatología fuera cerrado por el golpe militar y aguantara unos tres años escuchando pruritos, dermatosis autoinfringidas, sifilofobias, alopecias areatas y totalis, vitíligos, rosáceas, psoriasis. Sus historias personales en una pasión por la anamnesisreiterada y repetitiva. Buscando algo que supe buscar mucho después.
En sus trabajos clínicos que esta publicación ordena me encontré con señales de mi más antigua vocación. Usted juntó padre, profesor y médico, madre también, todos los que se hacen cargo del dolor de un niño o una niña. Fue pediatra y médico de guerra y hay que agradecerlo ya que supo pensar el acto médico desde y hacia el análisis, dando un giro de enorme alcance rompiendo con todo aire de secta o jerga oscura.
La piel era un territorio de la mente según mi padre y toda la medicina le parecía psicosomática, hasta el accidente traumatológico y el modo de envejecer.
Libros sueltos de psicoanálisis había en mi casa, pero más desparramados que su propia obra, profesor Winnicott, y la formación como psiquiatra clínico me sacó de posibles lecturas analíticas para llevarme a la fenomenología y la clínica clásica alemana.
Sin embargo, quedó flotando en mí la preocupación de mi padre por la piel y por el niño. En ese consultorio de Piel y Venéreas, que era el nombre que tenía, vimos muchos pacientes, es decir muchas historias de niños que crecieron en el dolor y el amor y llegaban tarde: consultar adultos es siempre un atraso. Llegué a Realidad y Juego más preocupado de entender mi propio proceso creativo y el niño que era yo.
Cuando decidí comenzar mi largo análisis personal yo quería primero proteger a mis hijos y luego dialogar con el niño que fui. No daré detalles, me tocó vivir el bullying en rol de víctima desde los 9 a los 15 y hay una larga historia que no descifraré en esta carta. Fui lo que usted llama un niño nervioso y no tuve pediatra que supiera leer mi historia infantil cutánea. En casa de herrero, ganancia de pescadores. La psoriasis se manifestó a los 12 años. Recuerdo el silencio de mi padre que me desilusionó por décadas. Y el de mi madre. Eso es una historia aparte, la de mi largo análisis comenzado 15 años después y de cierta forma infinito, y prolongado en reflexión, diálogos y lecturas.
La piel era un territorio de la mente según mi padre y toda la medicina le parecía psicosomática, hasta el accidente traumatológico y el modo de envejecer.
Entre otras su obra, profesor Winnicott.
Elegí de todas las escuelas el psicoanálisis porque es la única que toca el tema del odio, como nos carcome y se manifiesta y destruye el vínculo amoroso.
No soy ni fui ni he sido un optimista acérrimo como otros colegas de otras orientaciones. Creo que la escucha toma mucho tiempo y no sabemos todo lo que deberíamos saber y que tenemos que escuchar mucho para saber un poco. A la farmacología le tengo respeto y a la clínica alemana mucha consideración, pero no me cabe duda de que lo primero que puede y debe recibir en su formación aquel que quiera entrecruzar la psicología y la medicina es un profundo viaje por la literatura para comprender al ser humano y no convertirnos, como señaló Comte antes de enloquecer, tan solo en un veterinario de la especie.
Debemos escucharnos, debemos leernos, debemos estar atentos a todas nuestras expresiones. Las del espíritu y las del cuerpo.
El consultorio clínico que el niño visita acompañado por sus padres es el relato donde, usted lo dijo, se junta la ansiedad de los progenitores, el profesor, el médico y ese pedazo de vida que es la infancia y su cuerpo que habla en su estridente mudez.
¿Cómo se resolvió la enuresis de mi hermano? ¿Y el significado de mis enamoramientos a los seis o siete años precozmente puesto en la educación básica muy a mi pesar?
Cuando decidí comenzar mi largo análisis personal yo quería primero proteger a mis hijos y luego dialogar con el niño que fui. No daré detalles, me tocó vivir el bullying en rol de víctima desde los 9 a los 15 y hay una larga historia que no descifraré en esta carta. Fui lo que usted llama un niño nervioso y no tuve pediatra que supiera leer mi historia infantil cutánea.
Después, mucho después, le he leído y lo he discutido. Siempre en desorden, esperando una edición que será al fin en doce tomos con esa firma que es como un pececillo trazando una trayectoria nítida de pensamiento pudiendo seguir sus reflexiones.
Una enorme conversación se despliega en estos volúmenes. Incluyendo notas, cartas, programas en la BBC, libros, notas, una escucha siempre atenta a ese niño que no es un niño, es un bebé con su madre y después con su padre y sus profesores y sus médicos y el equipo de salud y de cuidados.
Dice la leyenda que para criar a un bebé se necesita una aldea. Usted la comienza en la diada materno infantil y la desarrolla hermosamente para alivio de generaciones.
El concepto de good enough mother calmó a generaciones de madres de las angustias persecutorias y los sentimientos de culpa que pueden anclarse junto al dolor de un hijo o una hija.
Le he contado cosas sin mucha importancia. Historias personales de esas que una escritura como la suya suele convocar y así permite pensar juntos con nuestros pacientes en la diada analítica.
Ya se imagina que la historia con mi padre y con mi madre y mi hermano fue largamente analizada. El departamento de psicodermatología me dejó marcado. El análisis no termina nunca. Lo dice en estas páginas. Nunca se analiza el final de análisis ya que habría que comenzarlo analizando ese final. Su capítulo sobre la defensa maníaca llega a ser emocionante además de claramente reconocible en la clínica.
Quizás, lo digo muy modestamente, quizás su escritura se hace diáfana justamente al estar tan pero tan ligada con la consulta pediátrica, permitiendo una lectura con algo de aplicación directa e inmediata al trabajo clínico analítico.
Lo he leído mucho en algunos años de mi vida. No diré por qué sí ni por qué no y por qué dejé de hacerlo metódicamente.
El consultorio clínico que el niño visita acompañado por sus padres es el relato donde, usted lo dijo, se junta la ansiedad de los progenitores, el profesor, el médico y ese pedazo de vida que es la infancia y su cuerpo que habla en su estridente mudez.
Lo cierto es que este trabajo de edición me permite repensar el consultorio de psicodermatología donde empezó todo. Y pensar a mis pacientes en la vida que me quede. Los que tuve, los que tendré, los que he tenido, los que tengo.
Muchas gracias, doctor Winnicott.
Su inteligencia y sensibilidad nos conmueve e ilumina.
Aún. Y por mucho tiempo. Y a generaciones de madres, padres, profesores, médicos y sobre todo niñas y niños. Gracias.
*Marco Antonio De la Parra es psiquiatra, psicoanalista y dramaturgo.