El poema hace borde y boca. Reseña a El pensamiento del poema de Mario Montalbetti (Pólvora Ed./Marginalia Editores, 2024)

por Jesús Montecinos

Académica, Instituto de Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile

 

Un pequeño automóvil ingresa al Óvalo Gutiérrez

y no sale más. Gira alrededor del óvalo, una vuelta

tras otra prendido, como un amante taciturno,

del centro del mundo. El conductor lucha contra

la centrífuga de San Isidro que intenta despedirlo

en todas sus prolongaciones. El drama es de una belleza

rarísima. Los demás conductores se hacen a un lado

y contemplan los giros infinitos. Es una ocasión

festiva: un pequeño automóvil, un óvalo cerrado,

y la persistencia de una fuerza superior a la centrí-

fuga. Hasta que el pequeño automóvil se queda

sin combustible y alcanza, lentamente, su lugar

natural de reposo. Un gran silencio cubre el óvalo.

Y luego llegan las torpes grúas rojas a llevárselo.

 

Con este poema Mario Montalbetti comienza uno de sus libros anteriores dedicados al ensayo: Cualquier hombre es una isla. El pensamiento del poema, a su vez, inicia con un vehículo desobediente a las leyes comunes:

“El poema piensa, (nos dice Montalbetti) parece un vehículo que ingresa a contramano en una calle de sentido único. A los lados de la vía, la gente le increpa que la dirección es otra y vocifera: el poema siente, el poema hace imágenes, el poema simboliza”.

Fue Alain Badiou quien propuso que el poema era una forma de pensamiento y lo situó junto con otras artes (aunque ocupando un lugar privilegiado), como uno de los cuatro procedimientos de verdad, una de las cuatro condiciones para la filosofía: junto al amor, la política y las ciencias (donde es la matemática la que ocupa el lugar más esencial).

A Montalbetti le interesa este vehículo en dirección contraria a la vía, que contra el sentido de todas esas voces: piensa. Y para esto nos ofrece en El pensamiento del poema una exploración lúcida de esta tesis de Badiou, ofreciéndonos en su libro una serie de variaciones, que sin simplemente reiterar las ideas de este filósofo francés, entablan un diálogo creativo y provocador con ellas. Montalbetti compone y recompone hábilmente estas ideas, recurriendo a diversas obras en las que el filósofo desarrolla su teoría sobre el poema: como Ser y Acontecimiento, Condiciones y Pequeño manual de Inestética.

Montalbetti también establece cuidadosamente los riesgos y elecciones metodológicas que asume. Reconoce el potencial de tergiversar la compleja obra de Badiou, mientras justifica simultáneamente su alejamiento de una adhesión estricta a las formulaciones originales. Su compromiso de explorar el tema a través de variaciones libres y el uso de la prosa para analizar la poesía son en sí mismos testimonio de las tensiones inherentes entre filosofía y poema.

¿Qué piensa el poema? y ¿cómo piensa el poema? son las preguntas centrales que articulan el libro.

Quiero muy modestamente, enunciar algunas de las respuestas que desarrolla el autor. Compartir algunas preguntas, pero antes, me gustaría confesar un dato autobiográfico para tener en cuenta en todo lo que voy a decir: nunca he tenido una relación realmente cercana, ni real con la poesía. Y en ese sentido puede ser completamente absurdo que yo presente este libro. La he leído, he leído poesía, sobre todo en mi adolescencia y mis veinte. La leí más bien por una suerte de obligación intelectual, tratando de encontrar algo que nunca encontré. La leí porque había que leerla. Y aunque muchos poemas me gustaron (para decirlo de una forma liviana), siempre traté de entenderla, hasta que pude quedarme tranquila con la idea de que era una lectora de filosofía y de literatura y soltar los imperativos.

Por esto, por lo que les cuento, así como Montalbetti comienza con vehículos desobedientes que entran en rotondas enormes y no salen más, o vehículos que avanzan en sentido contrario… en este comentario, no puedo hacer otra cosa sino “conferir gracia a los dedos de mis pies, y abandonar el coche y caminar”, como dice una de las líneas del iching. Y avanzar, lentamente, subordinadamente, apelando a la única gracia posible de recorrer a pie, aquello que no se tiene aún derecho a andar en coche.

Sigo a Montalbetti, a pie, mucho más lento de lo que me gustaría:

Nos invita a hacer un ejercicio, a dar un paso atrás e imaginar ver al lenguaje entero frente a nosotros. Siguiendo a Badiou, dice: “desde afuera el lenguaje se nos aparecería como un objeto cerrado que tiene dos bordes (QPP 7). En uno de los bordes veríamos al poema (un verso por ejemplo) y en el otro borde, al matema (la expresión matemática)”. Por ejemplo: a+bX igual cX).

En este ejercicio asumimos que el lenguaje es un objeto que está cerrado, que tiene un afuera y un adentro, un lo que es lenguaje y un lo que no es lenguaje. Por ejemplo, adentro de este objeto la palabra árbol, árbol que podría ser un abedul o podría ser también una representación de las relaciones familiares, o en informática “una estructura jerárquica y en forma no lineal, aplicada sobre una colección de nodos”. Del otro lado, lo que llamamos la realidad, la cosa árbol, aquello que no puede nada más que lo que es y que es indiferente a cómo yo la nombre: Bau , дерево (derevo), 木 (ki).

En este ejercicio asumimos también que lo que cierra el lenguaje es el significado. Ninguna de estas asunciones es necesaria, nos advierte Montalbetti, pero sigue… Si el lenguaje es un objeto cerrado, entonces hace borde: ahí donde intersecta Lenguaje y no Lenguaje. El borde contiene todos los puntos, todo lo que es común al lenguaje y al no lenguaje, es decir a lo que significa y no significa, al mismo tiempo. ¿Qué parte del lenguaje intersecta con el no lenguaje? Matema y Poema, responde Badiou.

Qué es un poema entonces: una forma de hacer borde al lenguaje nos dice Montalbetti.

¿Todos los poemas hacen borde al lenguaje?

No, solo aquellos que piensan.

¿Cuándo o dónde piensa un poema?

“El poema piensa allí donde no significa o, donde aún significando, su pensamiento desborda su significación” (2024, p. 24). Eso nos dice Montalbetti.

El poema que dice cosas, el que puede decirnos algo sobre las cosas en el mundo, ese poema no es el que piensa, o no es ahí donde piensa. No es que el poema nos ayude a pensar con aquellos significados que nos ofrece. Para que piense el poema, (no nosotros), tiene que desentenderse de los objetos, desentenderse de nosotros también y dejar de decir algo.

Pero no se trata tampoco de quedarse del todo del lado del no significar. Por ejemplo, puedo decir (o sonar): vrat goy gruu. No significo, pero ahí entonces son solo sonidos agrupados y nada más, podríamos decir son objetos del no lenguaje. El poema que le interesa a Montalbetti es precisamente aquel que no significando nada, pero que al mismo tiempo, no queda completamente excluido del lenguaje. El poema que interesa acá es el que burla la regla del significado como cierre.

Primera respuesta: El poema piensa haciendo borde.

El poema que no significa nada, ese es el poema que piensa. Y por lo tanto no se trata de forzar que signifiquen, dice Montalbetti.

Pienso en que quizás he estado siempre leyendo poesía de la manera incorrecta, tratando de encontrar un secreto escondido, accesible para algunos y vetado para mi. Tratando frenéticamente de extraer significados que incluso haciéndolo, me parecieron muchas veces decepcionantes.

¿Hay una manera de disponerse a leer un poema? ¿o varias, pero no cualquiera?

Se trata del borde entonces.

Es como la muralla de una ciudad, nos dice Montalbetti. O como la muralla de la torre de Babel, podríamos pensar nosotros, esa torre de un pueblo con “una sola lengua y unas mismas palabras”. Una lengua, que en hebreo podría ser también una boca, una costa, una ribera, una orilla, una frontera, un borde.

Borde y boca.

Del lenguaje parece que no podemos librarnos, pero la poesía ofrece al igual que el matema, maneras de determinar, al menos sus bordes. Pero ¿y si nos quedáramos sin poema y sin matema? ¿habría?, ¿hay desborde? ¿Se puede desbordar el lenguaje? Rebalsar hacia todos los lados y dejarnos sin aquello que no es otra cosa que aquello que es.

O, ¿podrían esas cosas que no son en las palabras, y no son nada más que ellas mismas, entrar y ahogarlo todo? ¿Podrían esas cosas atravesar el borde y dejarlo todo en silencio?

¿Es esta una cuestión lingüística o también ontológica?

Hay borde nos dice Montalbetti, pero también desborde: el pensamiento desborda la significación.

Entonces también, si el pensamiento del poema desborda la significación ¿hacia dónde desborda? ¿Desborda en una dirección? ¿Desborda hacia? ¿Desborda hacia afuera, por ejemplo? ¿hacia la “realidad”?, ¿hacia el reino donde las cosas son y nada más? ¿El poema desborda su significación ahí donde solo suena?, ¿ahí donde solo hay voz y no palabras?

O, ¿hacia un afuera? Incognoscible, inefable, divino, sagrado. ¿Desborda el poema hacia Dios?

O, ¿desborda hacia un adentro? Hacia un misterio escondido en las entrañas, ¿en el espíritu?

¿El poema está en el borde y desborda cayendo mientras piensa?

O, ¿desborda elevándose en un exceso circular hacia el cielo?, ¿en un flujo cilíndrico hacia el infinito, haciendo una torre incalculable?

¿Qué piensa el poema? ¿Piensa Dios?  ¿Habla a Dios?

No.

Aquí no se trata de Dios.

Montalbetti, ataja cualquier empeño frente a que el poema sea un vehículo, ya no contra el tránsito, sino contra nuestra propia, incomoda a veces, humanidad. Un dispositivo místico que nos traslade al absoluto. Como la ambiciosa Torre, que por avanzar a lo divino, provocó la ira del cielo.

Me adelanto, no sigo el hilo del libro, quizás apuro el paso y desordeno.

El lenguaje es un objeto biológico. Eso nos dice Montalbetti. No es la lengua, o las lenguas, que son históricas, cambiantes, se puede jugar con ellas. Montalbetti piensa en el poema como una operación, no sobre objetos sino sobre el propio lenguaje, sobre una cuestión, condición quizás, humana. Ponerlo del lado de la biología parece ubicar al lenguaje en el terreno de lo mortal, o quizás de lo que está muriendo y que aún no ha terminado de morir. ¿O es esa la lengua?

En este sentido es que Montalbetti dice: (En un poema-libro que se llama: Notas para un seminario sobre Foucault).

Lo diré inmediatamente: el valor de un poema

no reside en lo que dice / sino en lo que le hace

al lenguaje (p.19)

Segunda respuesta: el poema piensa realizando una operación en el lenguaje, no en la realidad.

Ni en la realidad de los objetos que podemos llamar reales ni en una realidad trascendental.

No se trata entonces de una revelación, sino de una operación.

El poema, el que piensa al menos, piensa ahí donde no conoce. Ni a Dios, ni a la realidad de las cosas, ni las cosas de la realidad, ni a nosotros mismos. Sale hacia, trabaja operando sobre el lenguaje mismo. El poema piensa ahí donde no tiene objeto, siguiendo a Badiou el poema piensa ahí donde reniega del objeto.

¿Pero cómo puede pensar sin objeto?

¿Qué es pensar?

De repente ya no sé lo que es pensar.

Tomo la primera definición que me aparece en el buscador de Google:

“El pensamiento es la operación intelectual mediante la cual una persona procesa y organiza información. Incluye todo tipo de actividades mentales, como el aprendizaje, el recuerdo, la percepción y la toma de decisiones”.

Todas estas actividades operan respecto a objetos, los retienen, describen, usan. Todas actividades que al menos tienen la pretensión de obedecer a la realidad. De trabajar sobre lo que las cosas son en realidad.

Pero aquí pensar es otra cosa, y los psicoanalistas saben de esto mejor que nadie. En El pensamiento del poema, Montalbetti hace una referencia a la lectura hecha por Jacques Lacan, sobre el cogito cartesiano, dice:

“Ahí donde se piensa ahí no se es y ahí donde se es no se piensa”.

Me arriesgo, pero estoy a pie nuevamente y simplemente pienso en este enigma: ahí donde se piensa no se es.

Uno podría escuchar esto de muchas formas: una podría ser que, cuando se piensa, el sujeto no es, en tanto que nunca acabado, entero, cerrado, completo. Pero en general esto se dice más del sujeto que del pensar, que cuando piensa, habla, dice, hace, no importa, nunca está entero.

Otra forma, -hay múltiples formas, solo apuesto por algunas aquí- sería decir que ahí donde se piensa no se es, en tanto parte de aquello de lo que se es, no participa en eso que se piensa…o participa quedando fuera de lo que se cree que se sabe que uno es.

Cuando Montalbetti dice que “que el poema piense desbordando la significación”, es muy cercano al enigma de Lacan. Es cercano, pero no es el enigma de Lacan.

Entonces, quizás, podemos escucharlo de otra manera… algo así como, en el lugar donde se piensa, donde hay pensamiento, el sujeto no es, porque nada en realidad alcanza a ser en ese lugar. El pensamiento no es del terreno del ser que ya es. Más bien, podría ser del terreno de aquello que podría ser y aún no ha sido, y de que potencialmente siendo no terminó presentado como ser.

El pensamiento que aquí interesa no es el reflejo de los objetos existentes. Habría que decir algo de Platón aquí, pero no me corresponde, ni tampoco su comprensión, por muy cabal que parezca. Para Badiou, una especie de forma de responder a lo que denomina acontecimiento. Y el acontecimiento, es precisamente una ocurrencia que irrumpe lo que está del lado del ser, algo que todo lo que estaba del lado del ser, no puede prever.

Pero Montalbetti no nos habla de acontecimientos. Nos habla del vacío.

El pensamiento del poema es un vacío. Un vacío que cada poema construye, cada uno de una forma distinta. Un vacío envuelto en material verbal. En palabras, sonidos, significados quizás, todo eso que no es lo que piensa. Un vacío que traspasa cualquier barrera de las distintas lenguas y que por tanto se deja traducir, tal como dice Badiou.

Tercera respuesta: El poema, el que piensa, se deja traducir o el poema que piensa lo hace envolviendo un vacío.

¿Un vacío de qué? ¿Vacío de nombres?, ¿de palabras?, ¿de significados?

“La poesía es la creación de un Nombre-del-ser anteriormente desconocido” (AW 46). Eso  dice Badiou.

Pero Montalbetti lo reformula: La poesía nombra nombres anteriormente conocidos.

Otro enigma.

¿Hay nombres conocidos, que son vueltos a nombrar con otro nombre?

No las cosas, no los objetos, no lo que existe, sino los nombres. Es sobre el lenguaje la operación, ya que la operación es sin objetos. ¿Nombra entonces un nombre que antes no tenía nombre?

 Cuarta respuesta: el poema piensa porque fuerza lo innombrable.

Montalbetti nos dice que eso es lo que habría que grabar como lema.

Aquí cierro, pero antes…

¿Qué es eso innombrable? La pregunta ya plantea un problema, no solo en que lo nombramos (lo innombrable), sino además que lo queremos siendo.

Forzar lo innombrable es forzarlo a qué, ¿a que sea? ¿Es forzarlo a que diga o sea dicho? ¿Es forzarlo a que se acerque?, ¿a que se presente?

Pienso en algunos judíos que no pronuncian el nombre de Dios. Demasiado sagrado para el lenguaje humano: para su boca, para su borde. Lo respiran, en cambio, entre letras. En cada inhalación y exhalación, creen pronunciar su nombre que nunca dicen. Un silencio entre letras: inspirar y expirar.

Pero me acuerdo, que esto no se trata de Dios.

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