Nicolás del Valle Orellana

Este comentario fue preparado para lanzamiento del libro Transacciones peligrosas el día jueves 6 de septiembre del 2018, en librería Ulises Lastarria, en Santiago de Chile y publicado originalmente en www.metalespesados.cl

Es para mí un placer estar con ustedes presentando un libro como este. Un libro que confirma su tesis al momento que comienza su lectura. Pues ya con la escritura de este comentario, al momento de abrirme a su interpretación y lectura crítica, se hace una violencia al texto del libro que se comenta aquí, una transgresión que resulta en esta presentación. Pues, incluso aspirando a una lectura fiel y generosa en el análisis, explorando su texto muy cuidadosamente sin juzgarlo desde principios normativos externos, en el momento que aspiro a abordarlo a través de la escritura de estas breves palabras, yace una violencia sobre el mismo.

Un comentario como este deviene desafío. Desafío que implica una responsabilidad en señalar que este libro aparece en la estela del pensamiento de Valeria Campos como continuidad y extensión de ciertas inquietudes planteadas en su primera obra Violencia y fenomenología. Derrida, entre Husserl y Lévinas (Santiago de Chile: Metales Pesados, 2017). Ambos libros marcan el ritmo de un pensamiento sobre la violencia a propósito de la filosofía de Jacques Derrida, pero siempre señalando los lazos con otros textos, con otros pensadores y otras tradiciones filosóficas. Este libro en particular sigue preguntándose sobre aquella violencia originaria, cuestionando toda filosofía metafísica que afirme un origen como fundamento eterno de todo lo existente. Más bien, la autora continúa con la idea central de su libro anterior que refiere al origen como una emergencia, como un proceso de transformación, de génesis de estructuras sometidas a la contingencia y la apertura del acontecimiento.

El libro se configura en torno a “escenas de génesis” o “escenas de herencia” concebidas como “configuraciones textuales en las que Derrida construye su propia filosofía siempre en relación con el pensamiento del otro, como recibiendo una suerte de herencia”.  A través de estas escenas, se presentan las discusiones filosóficas en las cuales Derrida participó. Este ejercicio es un modo de exponer las consideraciones generales del texto sin perderse en ordenes jerárquicos y estáticos que reifiquen el pensamiento del filósofo francés. Es una modalidad de la escritura que permite desarrollar los argumentos de Derrida respecto del lenguaje, la violencia, la economía y la muerte en relación con otras perspectivas que contaminan, abren y descentran toda lectura ortodoxa de la filosofía. Escenas con Heidegger, Husserl, Freud, Foucault, Levinas, Lévi-Strauss y Rousseau, perfilan la imagen de una noción de la economía de la violencia por medio de los contrapuntos con (parte) de las tradiciones más grandes de la filosofía contemporánea.

Desde un inicio se avecina una de las ideas fuerza del libro: explorar la relación entre economía y política caminando a través de una crítica de la violencia. Este proyecto se despliega por medio de una reconstrucción del concepto de la violencia y la economía en Jacques Derrida, en los debates que sostuvo con (y contra) la tradición estructuralista y la fenomenológica. Asimismo, expone la filiación entre la crítica y la deconstrucción, entre Marx y Derrida, que anuda cada una de las escenas del libro. Justamente gracias a la herencia de la crítica de la economía política de Marx, la cual se figura como telón de fondo desde la apertura del libro, en cada una de las “escenas” asecha algo así como una “deconstrucción del marxismo” que podría llevar a conclusiones similares a las de Derrida, algo así como un proyecto latente en las últimas reflexiones políticas del filósofo francés. Su filiación con Marx hace patente cómo esta noción de la economía de la violencia podría contribuir a una crítica de la política o, para ser preciso, de la dominación. Esta es una idea que merece un tercer libro.

De la violencia económica identificada por Marx a la economía de la violencia de Derrida. Este pasadizo es quizás el primer movimiento del libro. Movimiento que difiere de Marx, al tiempo que lo abraza. Para Valeria Campos, es posible enlazar la economía y la política, precisamente, planteando un pensamiento de la violencia que vaya contra la concepción tradicional. Una concepción tal que no sea una operación secundaria orientada a la conservación y administración, sino una fuerza que yace desde el comienzo de aquello que se desea controlar, en los inicios –si hay algo como eso– del propio lenguaje.

Esta noción de la violencia se expone a partir del examen de las discusiones con el estructuralismo y la fenomenología respecto de la violencia y lenguaje. Aquí, el lenguaje no es mero instrumento para comunicar ideas pre-constituidas; más bien, es la apertura al sentido más transitorio e inestable. Un lenguaje que es violento al nombrar, al eliminar los nombres propios por un lenguaje general de categorías y clasificaciones, al esforzarse por captar aquello que se resiste y es imposible pensar.

La violencia del lenguaje interrumpe toda idea de un sujeto autocentrado o “mismidad cerrada” que se constituye previamente, de un modo originario y sin historia. “El lugar de la lengua y del nombre es el lugar de la escritura y, por ello, el lugar del otro” reza un pasaje del libro. Se plantea la importancia del lazo, la hospitalidad y la transacción, aquella dimensión liminal de todo poder, de toda economía. Esta cuestión se expresa en la pregunta por la escritura como aquel ejercicio que constata la dimensión material de la inmaterialidad del lenguaje, la inscripción del sentido, aquello que desestabiliza la dualidad metafísica entre el significante y el significado, aquello que transita la atención desde una “teoría restringida del lenguaje” a una “teoría general de la escritura”.

Así, el libro anuncia una economía “otra”. O una economía donde el momento an-económico es constatado. El libro, sin decirlo, delinea los contornos de una economía en una constelación de conceptos que cruzan la tradición filosófica, a saber, las categorías de la crisis, la transacción, la usura, la circulación, el gasto, la inflación, el riesgo, el ahorro, la deuda. En un pasaje sobre la soberanía en Bataille, se destaca este punto sobre la posibilidad de una economía del don donde el gasto sin reserva no constituiría sino tomarse enserio lo negativo, esto es, sin disolverlo en una mediación dialéctica y subsumirlo a la posibilidad de la identidad. Según nuestra autora, esta economía “genera transacciones aleatorias, metamórficas, indomables por señorío alguno… El gasto sin reserva, entonces, más que suspender o destituir toda economía actual o potencial…le proporciona en realidad su posibilidad misma al no permitir en ella ningún elemento de fijeza ni presencia”. Una economía de la transformación que abre una herida, que no es mera violencia sistémica (o desde el sistema) sino que violenta al sistema abriéndolo a ser-de-otro-modo. Esta economía no buscaría negar el riesgo con tácticas de “ahorro y conservación” o de “administración eficiente e implacable”; por el contrario, sería una economía riesgosa de desplazamientos infinitos del diferirse. Una economía de la inflación que explícitamente se propone contra todo principio. Según nuestro libro, dicha inflación “implica un temblor de todos los límites fijados en pos de la identidad”, un desborde, una economía general que se imbrica con la teoría general de la escritura esbozada en la primera parte del libro.

Transacciones peligrosas, repite el gesto derrideano como una herencia: hay que pensar la economía, “darle un chance”. Y este “darle un chance” no es sino considerar una economía otra, que sea justa, reparta y distribuya, que se organice en torno a la donación. Esta concepción de la economía que cuenta con un momento no-violento, pero que es destructiva y revolucionaria, que aspira a ser justa aquí y ahora, más allá de toda estructura de juicio.

No quisiera terminar sin decir algo que aparece oculto en el texto a lo largo de sus páginas, pero que ya fue enunciado aquí: la distancia y cercanía de la deconstrucción con la práctica de la crítica. Si bien queda claro que el pensamiento de Derrida no es algo así como una crítica de la economía política fundada en la idea jurídico-política, tampoco se traza una frontera impermeable sobre este punto. La tentativa de una “deconstrucción de la economía de la violencia” que se sustrae de todo juicio crítico, despunta una noción de la crítica que difiera con la asumida en un comienzo por la autora. ¿Es Derrida un crítico de la violencia? (o, más precisamente, ¿cuál es la relación entre crítica y deconstrucción?). La autora responde: “no, en la medida en que no hay en sus textos una intención crítica estricta, un gesto manifiesto de κρίνειν [krínein] guiado por una cierta ley metafísica del género, que pretenda producir analiticidad y así arrojar certeza y diáfana claridad sobre lo que se quiere hablar. No hay en sus textos una intención declarada de delimitar rigurosamente el fenómeno, ni de clausurarlo dentro de ciertos límites que garanticen su aparecer pleno como problema para permitir su articulación eficaz y las vías de su resolución. No hay crítica, por cierto, al modo kantiano”. Pero acaso, ¿habría una crítica-de-otro-modo, una crítica que difiere de la de Kant y –por lo tanto– de la querella del libro?

Me parece que podría despuntarse algo así como un proyecto trunco o inconcluso, o al menos amenazante, que considera la posibilidad de una otra crítica que no participa del modelo jurídico-político del Juicio que Kant representa. Una noción de crítica que se caracteriza por estar en algún sentido debilitada por la normatividad. La lectura del libro de Valeria Campos deja esa estela del pensamiento que afirma una crítica como práctica en la que formulamos la cuestión de los límites de nuestros conocimientos más seguros y ciertos. Una crítica que se interroga sobre los límites de los modos de saber porque ya se ha tropezado con una crisis en el interior del campo epistémico que habita.

Nicolás del Valle Orellana
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