Una ecología de los signos recoge siete ensayos dedicados a interrogar las relaciones entre las configuraciones de los modos de experiencia (artística, vital, corporal) y los modos en los que podemos captar su diferenciación y sus declinaciones. Apoyados por la tradicción que convoca Deleuze, y del lado de nombres como los de Simondon, Guattari o Ruyer, entre otros. Sauvagnargues pareciera construir un trayecto que atraviesa campos, ejes temáticos y problemas, para advertir distintos mundos que coexisten y que son como burbujas de signos que llaman a detenerse sobre ellos y que, forzando a pensar, nos abren de par en par a una comunicación experimental donde se individua lo que somos o llegamos a ser. El punto de partida es la influencia motriz que adquiere el arte en la filosofía deleuziana. Desde la publicación en 1964 de un primer ensayo sobre Proust, donde Deleuze empieza a explorar la literatura, hasta su interés posterior en las artes no discursivas como la pintura, la música o el cine, el filósofo francés traza una trayectoria que se desplaza, así, desde el lenguaje hacia la materia de la percepción y hacia las imágenes y signos de distintas naturalezas.