Hablar las palabras de Rojas

Franco Pesce

Presentación realizada el 28 de junio de 2022 en el Departamento de Teatro de la Universidad de Chile para la presentación de De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett de Sergio Rojas

Esta oportunidad de hablar aquí –de leer y hablar aquí– me da una alegría muy grande. Así que gracias: a Sergio, Lucas, Julieta y Mauricio y a todas ustedes por acompañarnos. Lo que espero es aumentar o al menos acompañar el deseo de ustedes de leer este nuevo libro de Sergio Rojas. En mí ese deseo estaba actuando desde antes de su publicación; digamos que estaría leyendo el libro ahora mismo incluso sin esta reunión. Lo que quiero hacer, entonces, es pensar de dónde surge ese interés por la escritura de Sergio Rojas.

Pero aquí se trata de presentar la reflexión que él hace sobre la obra de Becket. Así que, lo que haré será, en realidad, detenerme en algunos momentos de este libro que fueron especialmente provocadores. Este texto es, también, me doy cuenta ahora, una carta para Sergio. Le expliqué estas cuestiones a López, un gran amigo y gran lector. Y a él le parecieron respetables, suficientemente buenas, y eso me animó; y él de hecho me ayudó a pulir partes del texto. Pero lo principal que hizo López, que es también un tipo práctico, fue decirme que fuera puntual y recordarme que el tiempo del que disponemos no es infinito. Tienes solo 10 minutos, me dijo, así que no alcanzarás a recorrer todo ese playlist tuyo con tus temas favoritos de Rojas, por muy fan que seas.

Yo quería hablar de la elegancia de la escritura de Rojas, del uso intrépido que hace de los adjetivos cuando los antepone a los nombres o, como me explicó López, lo que se llama la posición valorativa del adjetivo. Quería hablar del talento de Sergio para esquivar los lugares comunes y de la exigencia que eso implica para las personas que queremos escribir. Al leer este libro volví a confiar en las formas del lenguaje y en la capacidad que tienen de motivar el pensamiento; pero también en su capacidad, perturbadora, de bloquearlo. Quería construir un paralelo entre la reflexión de Sergio sobre “el lugar del autor” y la que hizo Ricardo Piglia, la que hizo en sus diarios, principalmete. La ficción, dice Piglia, estaría definida por una fórmula muy pertinente aquí el día de hoy, que dice: en la ficción “el que habla no existe”. Sí importa quién habla, dice Piglia. Y, bueno, creo yo que a Rojas también le importa. Ahí López estuvo de acuerdo conmigo. Una puede confundirse, me dijo López, con la insistencia de Sergio en negarle al autor el privilegio de albergar el sentido “profundo” de una obra de arte. Lo más importante para él, dije yo, y en su lectura de Beckett me queda muy claro, no es matar de nuevo al autor, sino evitar la ilusión de clausura que nos encandila una y otra vez. Clausura no es una palabra que Rojas utilice mucho, me dijo López, y tuvo razón. Así que aclaro: la imagen que me hago con la palabra clausura es la de un lector que cierra un libro y se regocija en la fantasía de que ya extrajo los contenidos que supuestamente estaban enterrados ahí para una especie de usufructo suyo.

Las personas que han leído otros libros de Rojas saben que a Sergio le interesa el trabajo escritural: las operaciones que se hacen sobre “el cuerpo significante” del lenguaje, por usar una expresión suya. Y le interesan los efectos y afectos que ellas producen en la persona que lee. En este libro sobre Beckett Sergio es elocuente: si hay algo tremendo en nuestra experiencia del lenguaje, es que es imposible llegar a término. Él lo dice mejor, por supuesto, con una adjetivo en, cómo no, posición valorativa. Así que lo cito: “La imposible consumación del fin es, en Beckett, el hecho abrumador del lenguaje.” Por eso nos propone leer a Beckett no buscando “una tesis sobre la condición humana”, sino una puesta en obra de esa consumación imposible del fin. Poner en obra sí que es una expresión favorita de Rojas, le comenté a López. Creo entender su función: Becket nos pone a trabajar, en nuestra lectura, en ese rasgo traumático del lenguaje que nos sostiene. A Sergio lo conocí en una conferencia suya, notable, el 2015. No en Dublín, pero sí bastante cerca: en Cambridge. Quería jugar con esa anécdota inglesa y decir que, para mí, Sergio Rojas es, ante todo, alguien que habla. Otras leyeron; Sergio habló. Y quería pasar de ahí a comentar la textura de su voz y el tono oral de su escritura, que en este libro es especialmente personal, sobre todo al final. Quería hablar de cómo ese tono produce una cierta intimidad, aun sin ser coloquial, aunque sí amable. He usado mucho una respuesta que me dio él hace un tiempo: “lo complejo no tiene por qué ser, además, complicado”. Leyendo este libro yo me siento acogido por un flujo de pensamiento que es complejo y ambicioso, pero también generoso, y siempre intenso.

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Incluso mientras fantaseamos con un escenario como este o cuando imaginamos lo que queremos decir, el tiempo transcurre sin pausa. Para ya terminar, entonces, quiero regresar a esa cita que leí antes:

“La imposible consumación del fin es, en Beckett, el hecho abrumador del lenguaje.” ¿Qué es un fin que no llega a consumarse? ¿Habla Sergio de un objetivo que no se cumple? ¿De un objeto que no se alcanza? ¿De un día sin noche, un día cuyo sol no termina de ponerse? Hacia el final del libro, hay una sección titulada: “La falta de fin no se define como absurdo.” La imposible consumación del fin podría pensarse con esas equivalencias que propuse recién, esas preguntas retóricas pero no vacías, que hice recién. Pero lo que me hizo realmente trabajar, estos días, fue la distinción entre falta de fin y absurdo. Pensé en las palabras de Rojas. La inminencia siempre renovada del fin puede agotarnos, pensé, pero no es absurda por ello. El no llegar, aún, a la estación final, no es equivalente a carecer de un trayecto. Lo absurdo surgiría si tras llegar a una estación cualquiera y luego volver a la estación inicial se comienza a recorrer de inmediato lo mismo, una y otra vez, que es lo que hace Sísifo. Un re-corrido absurdo, pero también triste, sobre todo si pensamos que tal vez no es un castigo el que lo encierra allí, sino una elección compulsiva por repetir. Leyendo el Beckett de Rojas visualicé… como hacemos cada vez que oímos nombrar al inagotable Sísifo, supongo… visualicé a un tipo subiendo y cayendo de un cerro, por siempre.

Nunca hay nada nuevo allí para él. Con la primera subida y caída Sísifo ya agotó todos los caminos: no hay territorio por conocer aún. Y nosotras sabemos que, no importa cuánto tiempo le demos, cuánto tiempo nos demos a nosotras antes de volver a observar, este Sísifo estará siempre atrapado entre una y otra estación, oscilando entre esos extremos.

Lo que no sabemos, apuntó López, adivinándome, es en qué punto de ese círculo lo sorprenderemos. ¿Dónde, exactamente, encontraremos a Sísifo si nos asomamos a su eterno repetir? No es posible saberlo, ni predecirlo, ni reducir las opciones. Lo que sí sabemos es que a medida que el tiempo continúe, el lugar de Sísifo seguirá siempre indeterminado. El lugar de Vladimir y Estragón, en contraste, sí cambia. En el Godot de Rojas ese cambio es a veces mínimo, a veces incluso se pierde en el olvido. El hecho importante, en el Godot de Rojas, es que ellos no dejan de estar infinitamente más cerca de Godot cada día, aún más cerca que el día anterior. Godot es aquí un límite:

a un tiempo el nombre de un límite y una puesta en obra de la noción misma de límite. No importa cuál sea la cercanía a Godot que nos pongamos por exigencia: siempre llegará un día en el que ya no podremos estar menos cerca de él de lo que ya estamos: un día en el que habremos traspasado, irreversiblemente, esa cercanía exigida, cualquiera sea, sin llegar aún a agotarla, pero habiendo agotado, en cambio, la función “deshacer”.

Llenamos la sala de voces y rayamos papeles con nuestras caligrafías. Y siempre queda una distancia infranqueable entre lo que esas señales dicen y lo que habría que haber dicho; siempre nos queda algo que no cesa de no inscribirse. Pero intuimos eso algo, su lugar en el límite. O mejor: intuimos ese algo que nos separa del límite. Y así, entonces, seguimos hablando y escribiendo.

Gracias.

1 De la abrumadora noción de límite que recorría unos cursos de ingeniería hace 30 años, que en realidad eran cursos de matemáticas, específicamente de Cálculo, también llamado Análisis, dictados no por ingenieros sino por matemáticos y una matemática. “No habrá nada más complejo que esta noción de límite”, decía una voz que todavía habla.
Pólvora Ed.
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